
No pretendo mitificar en absoluto su figura, no quiero elevarlo al altar de los santos laicos, no creo que fuera de ningún modo perfecto. Sería ingenuo. Posiblemente sus defectos (que desconocemos, pero que alguien se propondrá en breve sacar a la luz), le harán más atractivo, al hacerle más humano. Al fin y al cabo ¿no es eso lo que ocurrió con Teresa de Calcuta, tras conocerse las dudas de fe que le aquejaron durante décadas?
La figura de Ferrer ayuda a arrojar luz a quien quiera acercarse a la utopía de la perfectibilidad. Él se escandalizaría con esta afirmación, pero creo en los ejemplos como vía de aprendizaje, y el de su vida es uno válido, uno entre otros muchos. Esa entrega desinteresada y absoluta a los demás, a los que nadie quería, a los que carecían de todo, a los que no importaban, a los “nadie” (que diría Galeano), le hace grande. Y conseguir que dos millones y medio de intocables de Anantapur tuvieran algo más que sueños (por modestos que fueran los logros), hace creer en la fuerza del milagro de la solidaridad, que algunos llamamos “Fraternidad”. Hay quienes, desde determinadas posiciones teológicas, interpretan el famoso milagro evangélico de la multiplicación de los panes y los peces en clave solidaria: más que un surgimiento espontáneo de materia desde la nada, se habría tratado del milagro de la solidaridad hecho posible entre los seguidores de Jesús de Nazaret gracias a sus palabras y a su ejemplo. No sé si esa visión es adecuada o no pero, aún así, ¿no es esa la base del milagro realizado por Ferrer?
Vicente Ferrer era, además, un movilizador de conciencias entre los que lo tenemos todo. Recuerdo que tuve la oportunidad de asistir a una conferencia suya, impartida hace algunos años en Maspalomas (gracias Tomás por darme esa oportunidad). Su mensaje, aunque expresado con sencillez, era extremadamente seductor, y se basaba en conceptos muy claros y aparentemente simples. Digo aparentemente, porque se estaba refiriendo en todo momento a valores que resultan esenciales cuando de la dignidad del ser humano, o de sus derechos fundamentales se trata. De ese primer contacto con su figura, así como de la lectura de algunos libros suyos o centrados en él, algo me quedó claro: Vicente Ferrer no era en esencia lo que podríamos considerar un filósofo, un pensador. El entramado ideológico en el que se sustentaba su vida era el propio del humanismo cristiano más tolerante y amplio de miras. Pero sí fue, sin lugar a dudas, un hombre de acción (era pensamiento en acción, que diría el Secreto de Juan); una persona de ejemplos, por los que será recordado. Y transmitía, además, un mensaje cargado de optimismo, de fe en las posibilidades de cambiar la realidad para mejorarla, de fe en el ser humano, que resumía en una frase: "espera un milagro, siempre". Ojalá (Insh'Allah) quienes lideren en el futuro la fundación que lleva su nombre, y que desarrolla su labor en La India, sepan ser fieles a su espíritu.
Una curiosidad final: contrasta este Vicente Ferrer y ese otro, de mismo nombre y considerado santo, cuyas predicaciones itinerantes implicaban la conversión "milagrosa" de judíos y musulmanes. Es el contraste entre el fanatismo y la tolerancia; entre la demonización del otro y la identificación respetuosa con él, aunque sea diferente. Y es que la homonimia no implica identidad moral, ¿verdad que no...?